Los Mengues

En una pequeña Aldea del Bosque, vivía una comunidad que siempre había convivido con los mengues. Estos diminutos duendes, conocidos por su astucia y travesuras, eran una parte intrínseca de la vida cotidiana.

Los mengues eran amigables y juguetones, pero su diversión favorita era mover las cosas de lugar. En las mañanas, los habitantes de la Aldea se encontraban con sus zapatos en la mesa y las llaves en la despensa. Al principio, esto causaba cierto desconcierto, pero con el tiempo, los aldeanos aprendieron a aceptar las bromas inofensivas de los mengues como parte del encanto de su hogar.

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Una anciana sabia, llamada Doña Clara, era la única que afirmaba haber visto a los mengues en acción. Contaba historias de noches en las que los escuchaba reír en las esquinas de su cocina, moviendo discretamente los utensilios de la cocina.

—Son seres traviesos pero bondadosos —decía ella—, nuestros guardianes invisibles que nos recuerdan que la vida debe abrazarse con alegría y paciencia.

Una tarde, la Aldea celebró un festival en honor a los mengues. La gente adornó sus casas con pequeñas estatuillas de duendes y dejó ofrendas de golosinas en los lugares donde solían esconderse. Los niños participaron en juegos y cuentos sobre las travesuras de los mengues.

Desde aquel día, la relación entre la Aldea y los mengues se fortaleció. Los aldeanos aprendieron a reírse de las ocurrencias de estos pequeños seres, y los mengues, a su vez, parecían apreciar la atención y el cariño que les brindaba la comunidad.

Así, los mengues continuaron siendo los guardianes invisibles de la aldea, dispersando risas y alegría por cada rincón y recordándoles a todos que, a veces, la magia se encuentra en las pequeñas travesuras de la vida cotidiana.