En su mitología, el dragón más conocido es Smaug, el temible saqueador de Erebor en «El Hobbit». Personifica la codicia desenfrenada y la destrucción que resulta de la búsqueda del poder y la riqueza sin restricciones. Su acumulación de tesoros representa la corrupción del deseo humano y la capacidad de las posesiones materiales para corromper incluso a las criaturas más nobles.
Además de su representación como un símbolo de la codicia y la destrucción, el dragón también encarna la oscuridad y el caos que amenazan con consumir el mundo. En «El Silmarillion», el dragón Ancalagon el Negro es descrito como una fuerza de mal insondable que lucha en la Batalla de la Ira, simbolizando la lucha entre la luz y la oscuridad.
En un nivel más amplio, el dragón puede interpretarse como una metáfora de los desafíos y obstáculos que enfrentan los héroes en su búsqueda de la redención y la victoria sobre el mal. Representa las pruebas que deben superarse, los miedos que deben enfrentarse y los sacrificios que deben hacerse en el camino hacia la redención y la salvación del mundo.
En resumen, el dragón en la obra de Tolkien es mucho más que una simple criatura fantástica; es un símbolo poderoso y multifacético que encarna temas fundamentales como la codicia, la corrupción, la oscuridad y la redención. A través de su presencia en sus escritos, Tolkien nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del bien y el mal, y sobre el papel que desempeñamos en la lucha eterna entre ambos.
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