El Dragón, con escamas relucientes y ojos centelleantes, había descendido de las montañas en busca de algo que saciar su voraz apetito. Pero en lugar de oro o tesoros, encontró a Crochetta, quien tejía con habilidad y destreza en su modesta cabaña de madera.
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Al principio, el Dragón gruñó con desconfianza, temiendo que ella intentara atraparlo con sus hechizos. Pero pronto se dio cuenta de que la tejedora no representaba ninguna amenaza. Al contrario, estaba fascinado por su arte y la delicadeza de sus creaciones.
Intrigado, se acercó a Crochetta, quien lo recibió con una sonrisa amable y le ofreció una madeja de hilo brillante. Con curiosidad, aceptó el regalo y comenzó a jugar con el hilo, entretejiéndolo entre sus garras con cuidado y precisión.
Así, Crochetta y el Dragón pasaron horas tejiendo juntos, compartiendo historias y risas mientras creaban obras de arte únicas y maravillosas. El Dragón descubrió que el arte del tejido era tan satisfactorio como devorar un festín, y la tejedora encontró en el dragón un amigo inesperado y un compañero de aventuras.
Con el tiempo, la noticia de su amistad se extendió por toda la Bahía de Belfalas, llenando de asombro y alegría a sus habitantes. Y así, la valiente tejedora y el temible dragón demostraron que, en un mundo lleno de magia y maravillas, la verdadera fuerza reside en la amistad y el respeto mutuo.
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